Arte dramático y demencia-director Federico Herrero

Federico Herrero y Nicolás Francisco Herrero, especialistas en artes y ciencias del actor, presentaron un trabajo de investigación teatral tema: -El teatro-genialidad y demencia.



Comienza el trabajo con una frase interesante de Federico Herrero: la verdadera locura quizá no sea otra cosa que la sabiduría misma que, cansada de descubrir las vergüenzas del mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse loca.



El objetivo del presente trabajo es hacer un recorrido a través de los autores y/ o movimientos teatrales que se encuentran – ya sea por el contenido de sus obras o sus propias vidas- ligados a la locura en cualquiera de sus manifestaciones. Claro está que la demencia no es un tema que aborden los autores teatrales en su totalidad, ni que los afecte directamente a todos ellos, por eso hemos seleccionado a los más representativos.
De genios y de locos todos tenemos un poco, aunque en muchas figuras la genialidad y la locura son confundidas una con la otra. Son estos casos los que nos interesan, pero primero realizaremos algunas delimitaciones para un mejor abordaje del tema que nos ocupa.



La locura se manifiesta de diferentes maneras, pero en todos los casos quienes la padecen se comportan de una manera que se aparta de la normalidad, quedando así marginados de su entorno social.



La locura generalmente se manifiesta como una pérdida de control que hace que los sentimientos se muestren desinhibidamente, desplazándose la conducta fuera de la razón sin tener en cuenta las consecuencias de los propios actos –que suelen ser absurdos por no diferenciarse lo real de lo irreal-.



Las características perceptibles de la locura se relacionan con la actividad frenética (manías) o en su defecto con la catatonia (depresión o apatía).

A veces la demencia provoca disfunciones en el habla, entre ellas se encuentra la disminución de la intangibilidad del discurso –que puede así parecerse al habla de un niño pequeño-.
Las situaciones creadas por la locura evocan el drama y la comedia. El teatro utiliza la espontaneidad propia de la demencia para mostrarnos personajes –que más que apasionados- son enfermos o delirantes.
Las relaciones entre la locura y el teatro pueden establecerse mediante una analogía: la de la actividad artística con ciertos estados patológicos.

Entre las actitudes espontáneas que forman parte de los orígenes del teatro (actividades de juego y de ritos) podemos encontrar conductas que interesan a la psicopatología; por ejemplo, sujetos que se encuentran cautivos de un -papel- sin tener conciencia de ello. Podemos tener una idea de lo que significa esta situación en las -escenas- en las que el actor representa las pasiones extremas y desenfrenadas.

Es significante que la psicopatología tome parte de su vocabulario del teatro. Por ejemplo, se da el nombre de actores de la realidad a los sujetos neuróticos que hacen de sus vidas –para ellos y ante los demás- la representación de sus imaginaciones.

Con el término de -dramatización- se describe la conducta de sujetos que llevan a cabo verdaderas catástrofes –imaginarias o reales- comparables a los desenlaces de las tragedias. Los histriónicos son sujetos que viven presos de sus sentimientos, ya que si bien no los viven verdaderamente, los representan -dramáticamente- en su afán de querer recobrarlos, de dejar de sentir su propia nada.

Teatro No
Antonin Artaud

El tratamiento de la locura en Noh corresponde al de la psiquiatría moderna. Este es el punto de vista de Zeami Motokiyo –actor y dramaturgo japonés- que en Kadensho: Locura- escribe que es fácil interpretar la locura causada por la posesión, y que es más difícil interpretar la locura que se origina en la mente porque se requiere una comprensión de las causas. Este autor entiende la humanidad compuesta de hombres y mujeres tanto en estado normal como en estados de locura, y en sus obras describe detalladamente esta situación.

Algunas de ellas son -Sumida-gawa-, en la que una madre se vuelve loca y danza como tal al perder a su hijo; -Kanawa-, en la que una esposa traicionada comete actos arrebatados en medio de una furia de celos; -Makiginu-, en la que una doncella padece esquizofrenia y cree estar poseída por un dios que le da instrucciones. Otra forma teatral es la llamada Noh Fantasmal (mugen), en la que la locura –si tenemos en cuenta que clínicamente la fantasía es considerada como un estado patológico- es revelada como una manera de vivir -normal-.

Personaje del teatro Noh
Sófocles y Shakespeare

Desde el Ayax de Sófocles el -loco- aparece en la escena teatral como personaje. En la actualidad no podemos vivenciar la representación de la locura de Ayax como lo hicieron los contemporáneos de su creador; ellos tal vez la vivenciaron como una desgracia –un pathos- provocada por el orgullo del personaje. La locura termina transformándose en vergüenza para Ayax, pero se deja abierta la posibilidad de rehabilitación. Lo mismo podemos interpretar de la demencia del rey Lear, es decir, como un pathos que debe sufrir por su soberbia y terquedad. Pero el papel de Lear, como los de Ofelia, Hamlet y Enrique IV (de verdadera locura o de simulada demencia), expresa un oscuro y profundo conflicto que sensibiliza al espectador. Cabe aclarar que esto no sucede siempre con los papeles de locos.

Ofelia delira y no puede ver las razones que tiene para rebelarse contra quienes la aconsejaron tan mal.

Lear no confiesa el amor que siente por Cordelia, tampoco el que ella pudiera sentir por él; en cambio, se hace eco de las hipócritas palabras de sus hijas mayores y actúa ciegamente encolerizado ante la sinceridad de Cordelia quien puede llegar a despertar en él profundos sentimientos de los que prefiere protegerse. En este punto Lear no aparece todavía como -loco-; la enfermedad mental llegará más tarde, y si bien se pretende instar al espectador a interpretarla como un pathos, el castigo o consecuencia de sus errores, la locura es el único camino que permite conservar una “actitud real”. La demencia de Lear es resultado del esfuerzo que él mismo realiza para refrenar el amor que siente por Cordelia. No alcanzará la cura (que equivale a la muerte) sin antes sufrir –como Ayax- la vergüenza que tanto procuraba evitar.



Hamlet confiesa que simula estar loco, aunque como lectora no es algo que le crea totalmente. El crimen de Belcredi es muy lógico y a su vez una locura. Esto hace que en el inconsciente del espectador se acreciente la duda, el extrañamiento y la inquietud que la demencia provoca en quienes no la padecen.

- Una vez había un pobre niño que no tenía padre ni madre. Todo el mundo había muerto y no quedaba nadie en este mundo. Todo el mundo había muerto y él caminaba y lloraba día y noche. Y como en la tierra no quedaba nadie, quiso ir al cielo, y la luna le miraba muy gentil, y cuando por fin llegó a la luna, era un trozo de madera podrida, y luego fue hacia el sol, y cuando llegó al sol, era un girasol mustio, y cuando luego fue a las estrellas, eran unos mosquitos dorados ahí clavados, igual como los clava el pájaro en los espinos, y cuando quiso volver a la tierra, la tierra era un cuenco del revés y él estaba muy solo, y entonces se sentó a llorar y aún está ahí sentado, solo-.

El 2 de junio de 1821, en el pasillo de una casa de Leipzig, Johann Cristian Woycecky, un peluquero desempleado de 41 años de edad, acuchilló a su amante, Johanna Christiane Woost, de 46 años. La mató de siete puñaladas -con la hoja de una espada- porque ella se negaba a prescindir de los encuentros sexuales que mantenía con otros hombres.

A Woycecky lo apresaron cuando intentaba fugarse y confesó inmediatamente. El tribunal encargado de enjuiciarlo le solicitó al médico de la corte que extendiera un certificado sobre la salud mental del asesino. El perito confirmó que en el momento del crimen Woycecky se hallaba en pleno uso de sus facultades mentales. El 17 de agosto de 1824 el autor del crimen fue decapitado en la plaza pública de Leipzig.



Este hecho –que más tarde fue conocido como -el caso Woyzeck- , fue el que inspiró al joven estudiante de medicina y filosofía Georg Büchner para escribir su último drama –fragmentario e inconcluso- “Woyzeck” (1836- 37). Sin embargo, esta obra no se trata de una tragedia pasional sino del primer drama social de la literatura alemana (y el más representado).



En Woyzeck, Büchner transforma un hecho real en la parábola del individuo destrozado, despedazando el lenguaje de su protagonista y despojándolo de toda carga negativa para así presentarlo como una víctima de la sociedad de clases –a pesar de que mata a su amada y madre de su hijo al sorprenderla en brazos del “tambourmajor”-. Franz Woyzeck es un soldado raso que sufre las humillaciones permanentes del capitán, el médico, etc. –personajes que a diferencia de las otras figuras de la obra son denominados por su rol social. El médico somete al protagonista a una dieta en la que únicamente puede comer arvejas, también a experimentos pseudo médicos que dejan a Woyzeck atormentado por alucinaciones y paranoias; además escucha voces que le ordenan matar a Marie.

Con Woyzeck, Büchner pone en evidencia los efectos físicos y psíquicos de una sociedad alienante, en la que se enferma al individuo y se degrada la existencia de quien no nació “en cuna de oro”. La locura del protagonista se presenta en esta obra como socialmente intituída, es decir que no es algo natiral sino todo lo contrario. El engaño de Marie no es la causa del homicidio, sino el desencadenante.

Al igual que en Lenz (1835) al verse impedido de -adaptarse al ambiente-, el individuo enferma física, psíquica y espiritualmente. La enfermedad supone para Büchner la destrucción de quien la padece. Desde muy joven este autor mostró interés por la fisiología y la psicopatología. En febrero de 1834 sufrió su primera crisis depresiva. Se ha dicho de él que ha siso -el gran psicopatólogo- y que se adelantó 50 años a Kraepelin (psiquiatra alemán) en el trazado de un cuadro completo de la esquizofrenia.

Era guiado por un profundo interés por la unión del cuerpo y el alma, por la materialización de la abstracción, por el diálogo entre el yo del hombre, del artista y el tú de la naturaleza; cuando éste último no era posible se originaba, para Büchner, la enfermedad mental.

Las vanguardias

Si hacemos un repaso del proceso histórico que nos ha traído hasta la posmodernidad comprenderemos que este momento no es más que, para decirlo con palabras de Julia Kristeva, una productividad del corte epistemológico de finales del siglo XIX, en el que se imponen las figuras de Marx, Freud y Nietzsche y la literatura de vanguardia. Según Paul Ricoeur a estos tres pensadores podríamos llamarlos “los maestros de la sospecha”, porque no se les escapó detalle a la hora de evidenciar el funcionamiento de las estructuras ideológico-discursivas del hombre occidental. Detrás de las vanguardias yacen subrepticios de estos tres pensadores, pero hay uno que se encuentra especialmente ligado a la locura que envuelve a estas tendencias: el espíritu -dionisíaco- de Nietzsche, que sirve de fundamento al pensamiento artaudiano y su propuesta del teatro de la crueldad.

Ambos autores comparten algunos aspectos biográficos: las tormentosas relaciones con la madre y las mujeres, la enfermedad y la locura entre otros. Además coinciden en que el teatro es el objeto de estudio de sus primeros escritos, en los que ambos cuestionan la decadencia de occidente, rechazan la moral, la religión, la metafísica y la ontología tradicionales.

Afirma Federico Herrero: Artaud pone un fuerte énfasis en el tema de la locura y cómo esta -con el transcurrir de la historia y el desarrollo de la ciencia positivista- pasó a ser considerada una enfermedad mental, señalando su invención y posterior institucionalización. La locura para este autor es una forma de denunciar la hipocresía y la injusticia social que imperan en occidente; también es una manera de reivindicar la vida y repudiar la violencia.

Artaud arremete contra diversas instituciones, entre ellas la psiquiatría y sus asilos a los que denomina -cárceles- en las que se -depositan- a los alienados –individuos que son socialmente considerados como muertos- para que esperen allí la muerte, mientras los psiquiatras expropian y explotan sus cuerpos a través de tratamientos que les roban sus identidades, sus historias y sus palabras.

Artaud vive en carne propia esta realidad ya que sufre diversas internaciones prolongadas en psiquiátricos.

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